«El Señor nos llama
cada día y cada hora»
Para saber más…
Nace en Oropesa (Toledo). Siendo estudiante de leyes en Salamanca ingresa en la Orden de San Agustín, donde tuvo como maestro a Santo Tomás de Villanueva. Escribe unas Confesiones al estilo de San Agustín, en las que se puede ver su lucha espiritual en su camino hacia la santidad. Quiso ser misionero, pero se lo impidió la artrosis.
Se trata de una gran figura, tanto a nivel religioso como desde el punto de vista de las letras españolas. Fundó cinco conventos. Quevedo y Lope de Vega declararon en su proceso de beatificación. Gran parte de su vida la desarrolló en el convento de san Felipe, entre la Puerta del Sol y la calle Mayor, desde donde atendía a gran cantidad de pobres que se agolpaban a las puertas del convento.
Su presencia en Madrid, le convierte en un “fenómeno social”: los miembros de la familia real, los nobles y el pueblo llano le comienzan a llamar «el santo de S. Felipe», el convento en el que pasó la mayor parte de su vida.
Destaca por su dimensión apostólica, de predicador, visitador de enfermos y presos, y de confesor con especiales dones para leer el corazón; su actitud caritativa, atendiendo también con singular dulzura y con parte de sus “gajes” reales a los pobres que reclamaban su ayuda; su faceta carismática de fundador de conventos.
Fue beatificado por el papa León XIII en 1882 y canonizado por san Juan Pablo II en 2002.
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en la visita a San Alonso de Orozco.
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28003 Madrid
San Alonso de Orozco
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Grandes deseos de conocer mundo, de evangelizar a los pueblos más perdidos, de llevar el nombre de Jesús al punto más recóndito del planeta, y, sin embargo, una enfermedad echa al traste todos los planes…
¿Se acaba el sueño de ser misionero? Ni mucho menos, San Alonso tenía grabado a fuego en su corazón la vocación apostólica de cada bautizado, ser sal y luz cada día, cada hora. Presos, enfermos, pobres pero también con miembros de la nobleza y la realeza, Alonso tenía palabras para todos, no hacía excepción alguna.
Hoy tú también tienes una misión, ¿no te lo acabas de creer? No es necesario irse lejos para dar a conocer a Dios, tú eres el único evangelio vivo que muchos conocerán en sus vidas. Piensa en tus compañeros de estudios, de trabajo, en tu familia… están deseando conocer la vida en abundancia que Dios les quiere transmitir, ¿te atreverás a decírselo?
COMUNIDAD DE AGUSTINAS CONTEMPLATIVAS DE S. ALONSO DE OROZCO
Nuestro Monasterio ha pasado por períodos diversos y muchos avatares a lo largo de su historia desde su fundación por nuestro hermano agustino, S. Alonso de Orozco, en 1571.
Tras la invasión napoleónica, la comunidad fue despojada de todos sus bienes y posteriormente obligada a abandonar el convento. Las monjas pudieron experimentar en ese periodo la hospitalidad fraterna de otras comunidades que las acogieron con todo cariño.
En 1877, el obispo agustino Tomás Cámara ayudó a la comunidad a poner en marcha la construcción de un nuevo monasterio en el que pudiesen vivir las hermanas. Fueron apareciendo las personas adecuadas, las donaciones necesarias, de modo que el 22 de enero de 1897 se inauguró el nuevo convento en la calle Goya con un pequeño colegio anexo. Esta dimensión educativa, que nace de nuestra contemplación, nos ha caracterizado siempre y perdura en nuestros días. Durante la guerra civil se tuvo que abandonar una vez más el monasterio, que quedó prácticamente destruido. La comunidad se trasladó posteriormente a la calle de La Granja, actual lugar de residencia. Aquí desarrollamos también nuestra tarea educativa en una Escuela Infantil, en la que procuramos educar en la fe a los niños y ayudar a las familias con aquello que de Dios recibimos.
En 1901 nuestra comunidad envió a algunas hermanas a la de Talavera de la Reina, fundada también por San Alonso de Orozco y que en esos momentos atravesaba dificultades. Esto ha unido a las dos comunidades con lazos que se han reforzado con la ayuda de las hermanas que la comunidad de Talavera ha enviado ahora a la nuestra de Madrid. En todos estos años, hemos podido experimentar siempre la Providencia de Dios y Su ternura para con nosotras en lo concreto de nuestra existencia cotidiana.
Nuestra vida es sencilla, se estructura al ritmo de la oración, que marca la actividad diaria, dotándola de pleno sentido. Está hecha de contemplación y silencio, de trabajo y vida fraterna, en la que se comparte todo y hay siempre tiempo para celebrar, reír y disfrutar juntas. Nuestro ser contemplativas en la Iglesia significa que llevamos a la oración todos los avatares de nuestro mundo y las numerosas intenciones que las personas nos confían. Para ello, procuramos diariamente momentos de encuentro profundo con Dios, a la vez que cuidamos especialmente los tiempos comunitarios, como agustinas que somos, cultivando juntas la búsqueda de Dios y Su presencia entre nosotras.
El carisma agustiniano nos pone como meta tener un solo corazón y una sola alma y esto sólo es posible por el empeño continuo de amarnos como Dios nos ama. Así, la Comunidad se hace Templo de Dios y foco de irradiación de este Amor en su entorno.
Los restos de san Alonso de Orozco, reposan en nuestra iglesia desde el año 1978, cuando se trajeron del Monasterio de los PP. Agustinos de Valladolid. Es un privilegio para nosotras que los restos mortales del Fundador de este Monasterio estén aquí. Es un continuo recuerdo de su poder intercesor, de su ejemplo que, como estela de luz, nos marca un estilo de vida anclado en el corazón de Dios y profundamente comprometido con cada persona que pasa a nuestro lado, física o espiritualmente. Nos acompaña su presencia que nos urge a la santidad y nos llama a tenerle como padre e intercesor en el cielo.
El hecho de que nuestro Monasterio sea lugar de peregrinación en la “Ruta de la Santidad de Madrid”, es un estímulo para vivir más a fondo nuestro carisma agustiniano y el estilo de vida que S. Alonso nos marcó. Nos sentimos muy felices de poder unirnos a nuestra Iglesia Diocesana en esta iniciativa y dar a conocer aún más a nuestro Fundador, cuya vida fue todo un ejemplo de entrega a Dios y a los demás.
Los santos son nuestros amigos entrañables del cielo; con cada uno hay una relación personal, a veces por descubrir. Ellos nos señalan el camino correcto. Nuestras circunstancias históricas son diferentes a las suyas pero los anhelos del corazón humano siempre son los mismos; estamos hechos para cosas grandes y ellos nos ayudan a descubrir qué es lo que Dios quiere para cada uno y cuál es el propio camino de santidad. Peregrinar, hacer ruta, es un símbolo de la vida y de ahí la sabiduría de nuestra tradición cristiana que nos invita a hacerlo de diferentes formas.